La palabras sagrado, santuario, son palabras que uso con sumo cuidado, pero también me he resistido a dejarlas de lado. Me gustan porque me recuerdan a esas cosas que valoro, que amo... a esos lugares que tienen ese poder de hacerme vivir instantes inolvidables. No me gustan porque mucho tiempo las hemos utilizado para decir que "todo lo demás" tiene menos valor.
¿Cómo superar esa falsa oposición? ¿Decir que algo es sagrado para mi, implica decir que es absoluto, y por lo tanto que otros "sagrados" no lo son de verdad?
Hoy encontré dos pistas para el dilema del universalismo en el libro de U. Beck (1997). "Queda también la posibilidad de que exista mi universalismo y tu universalismo ". Esto implica limitar mi propio santuario, al pasar por los santuarios de los demás.
El mismo nos propone retomar la obra de teatro de Natán el Sabio de Lessing... la parte que me parece genial es el cuento del anillo: un padre debe dar a su hijo preferido el anillo que hace capaz de ser virtuoso a los ojos de Dios y de los hombres, este anillo pasa de generación hasta que un padre de tres hijos decide darle en secreto a cada uno un anillo igual. Todo bien... hasta que muere el padre y cada uno quiere tener el "anillo verdadero".
¿Qué hacer? ¿Buscar el auténtico? ¿Es posible? ¿Los nuevos anillos valen menos que el primero?
No pude evitar recordar estos anillos:
Sobre la obra de teatro citada.